Leticia Larín

arpado









La palabra cínico (etm. ser como un perro no siempre ha significado lo mismo. El perro de Diógenes era más bien un vagabundo libre de convenciones sociales que protege a sus amigos y defiende de los enemigos. Actualmente nos referimos a lo cínico como una suerte de “elevación” de la mentira a la verdad a partir de la retórica del desvergonzado. ¿Podría ser que entre las pocas opciones que ofrece la frustración uno decida combinar el exceso y la desilusión en un solo mantra ascendente?

El gesto de designar incluye firmar un contrato con lo real que puede pensarse del todo inconveniente, si la libertad es vista como ausencia de límites y no como un ejercicio con respecto a ellos. En las artes visuales contemporáneas a menudo la palabra se utiliza como un recurso para distorsionar la lógica, pero en este caso parece señalar una distorsión en sí. Casi como el que dice que no hace falta preguntar acerca de la condición humana sino acerca de lo humano a secas, donde el cuerpo se presenta como una entidad que rehúsa ser taxidermizada en una gramática de unidades definidas. Si en la actualidad, el borde aparente ser producto de una pulsión no por señalar lo que hay sino por hacer surgir un contenido ausente, ¿qué pasa cuando lo real ya no precede a la forma? Lo que hace la muestra de Larín es señalando que la forma, y su acumulación voluntarista, no hace aparecer el molde de lo que designa, sino otro contenido en su propia formalidad, que no incluye la promesa de lo real. Usar entonces a Bruce Nauman no es caminar sobre sus huellas, sino quizás liberarlo de la credulidad que lo tortura. A fin de cuentas, de este lado del mundo la formalidad parece imponerse a su desilusión. A la zanja entre lo que es y lo que debería de ser se le han construido suficientes puentes como para hacernos creer que no se está atravesando nada. Es este “como si nada” el que acopia las formas de lo que supuestamente invocamos al nombrar y que en verdad nunca queremos ver venir. ¿Adónde queda la idea de “integridad” en un mundo de formas “prostituidas” cuando dejan de ser juzgadas como prostitutas? ¿Se puede hablar de dignidad en un contexto en el que el error parece estar incondicionalmente asimilado?

Quizá no se trata de un puente mal ubicado, sino del amor simplemente. ¿No pide este acaso un tipo de abandono de formas, o tal vez su reconsideración? Quizá el lugar del desposeído es uno en el que “todo depende”. Nombrar nos hace vulnerables: la palabra es un torpe simulacro pero le confiamos al otro matizar sus bordes al momento de aterrizarla. Aun así, aquí no parece tratarse de una renuncia a formas que se leen en su fragilidad. Más bien, advertimos la aceptación de contenidos precarios. ¿Es posible desapegarnos de un quizás cuando este ya no señala un intersticio sino un amarillo suprematista? Las piezas de Letícia Larín nos interpelan como a un otro que no quiere que nada se constituya en un evento. Es en este espacio flotante del “sí pero no” que el tiempo se hace sentimiento puro.


janine soenens
Lima, octubre de 2105